Muy temprano en la mañana tengo el privilegio de verlos. Abrigados con los rostros cubiertos. Con sus mochilas o bolsos. Característicos atuendos. Son los laburantes los que le ponen el pecho al frio, al hambre, a la desidia, al olvido de los gobiernos. Marchan en silencio de a dos o tres o solos. Albañiles, peones, operarios de plantas pesqueras. Un buen día ronco, adormecido. Firme y seco. Resuena como gutural o hasta tétrico. Ese es el saludo de aquel que camina a su lugar de trabajo. Atrás en su casa alquilada muchas veces queda su familia si es que la tiene. Que lo esperará al mediodía o la tarde como siempre.
Siento respeto por esa figura humana que camina cuando los rayos del sol ni siquiera hacen el intento de proporcionar algo de luz para calentar los cuerpos. Entonces pienso. En tantos que todos los días desandan estos trayectos. Manos frías en los bolsillos. Un cigarrillo. Un «matelisto». Antiparras. Pasamontañas. Auriculares. Camperas manchadas por el concreto. Indumentaria clásica del que labura pretendiendo al menos cobrar su sueldo. En la mayoría de los casos ese esfuerzo no se plasma en recibos, ni en sistemas.
Cuando se escuchan los discursos decorados por palabras técnicas y brotan las frases como: “los sectores más vulnerables” “nuestra mirada está puesta en las necesidades de cada trabajador y su familia” es necesario entender que con oraciones cosméticas le están mintiendo al pueblo. Porque en verdad no les interesa en absoluto lo que le sucede al de a pie. No tienen ni la más pálida idea como hace un peón de albañil para llegar a fin de mes. Como hace un jornalero para que lo que gana le alcance. No entienden los malabarismos que tienen que hacer para proporcionarle a sus hijos al menos lo indispensable para que puedan comer y vestirse.
Veo en cada uno la figura de mi viejo yendo a cortar ladrillos o armando cajones descartables en un aserradero. Lo veo de ayudante de panadero y ni siquiera por su sueldo digno, como también detrás de una pila de áridos zarandeando arena. Entonces también veo a varios de mi familia haciendo todas esas tareas como también a mis amigos. Hasta que un día me enseñaron a entender que es lo que tiene de mágico la hormigoneada de una loza o la quemada de una hornalla entre otros rituales con mística arrabalera.
En fin, solo quería reivindicar desde esta suerte de mirada al changa, al de todos los días, al argentino de pura cepa que no le hace asco a nada y que espera la llegada de su patrón que se bajará sin dudas de la última camioneta. Que vendrá a dar las ordenes. Que determinará muchas veces arbitrariamente quien continúa trabajando y quién no. Será el mismo que pensará que alguien que le pide un aumento “es un tipo jodido” que habrá que sacarlo rápidamente del juego porque molesta.
Una oración corta. Una frase con poco argumento. Un día de trabajo más y la esperanza pisoteada como también la ilusión de ese que nada tiene o que quizá tiene más que aquel que enferma por su avaricia de poder o de bienes muebles e inmuebles. El despertador volverá a sonar como cada mañana a las 5 a las 6 o a las 7 y nuevamente los trabajadores van a salir a la calle. No los ignores. Tomate un minuto y salúdalos con un buen día maestro! vas a notar que te devolverán el saludo haciendo recíproco ese respeto.