La casa de mis viejos tiene el sabor a encuentro. Imágenes que se retractan en las paredes. Secuencias de otros tiempos. Siento la paz y me quedo en silencio. Espero que por la puerta de la cocina ingrese mi viejo diciendo: «aumento la nafta otra vez, son unos hdp estos del gobierno.» Entonces veo a mis hermanos peleando por unos lápices de colores y unos dibujos que según ellos hicieron. Ahí viene mi vieja a separarlos, con voz firme y todos en silencio y alguno como siempre a llorar a la pieza. La casa de mis viejos me retrotrae con cierta angustia a los días de poco para compartir, a los guisos de fideos, al premio de las milanesas, a la visita de los abuelos. Tiene magia está casa humilde de un barrio periférico. Tiene ese sabor del mate que se comparte con el vecino que viene. Necesaria catarsis interna. Recuerdo que me fui. Era de mañana sabía que dejaba ese espacio para siempre. Ahí quedaron mis padres y mis hermanos fue un sencillo «hasta luego». Después vino la vida. Los errores, los aciertos por eso casa vez que vengo me cuesta irme pero se que siempre estaré volviendo. A observar la mesa de todos los días, a leer los libros que atesoran insuperables textos, a mirar la máquina de escribir para imaginar cómo se redacta un acta para el club o para la comisión que fuera. La oración de agradecimiento a Dios cada mediodía por los alimentos que compartiremos. En el patio descansan los cuerpos de los soldados enemigos que abatimos en el imaginario utilizando precarias armas de madera. El juicio al que nos sometieron por haber roto la ventana de un pelotazo. Por haber prendido fuego un cerco. Cuando no entregamos al culpable y todos purgamos la pena de quedarnos sin la pelota y sin jugar. Voy armando el bolso despacio. Algunas lágrimas se asoman. Me despido como escribiendo por el camino que indican las letras pensando en la ruta que desanda los textos. Dejo este mensaje en honor a un espacio para mí único en el mundo como la casa de mis viejos…