Lo normal no es notable. Lo que no es notable es indistinguible de otros. Cuando no hay distinciones, no hay nada distintivo, no hay forma.
Parece extraño que el desarrollo de un yo coherente estigmatice a otros, pero precisamente esto es lo que implica socialmente la autonomía. El presidente dice que respeta a sus empleados por su autonomía. Entonces volvamos su afirmación por pasiva; si no son autónomos, si como adultos sensibles lo advierten, si él cree que de hecho no se distinguen mucho, entonces no va a prestarles demasiada atención. La indiferencia que estigmatiza a quienes se perciben como carentes de autonomía se ve expresada también en las declaraciones de profundo desprecio.
Una persona bien educada y segura de sí misma puede cuidarse de si misma, es independiente, se distingue de la multitud; todas esas imágenes se expresan en el modismo idiomático de decir que esa gente – tiene “clase”. Son como faros. En cambio, las imágenes de quienes se hallan en la masa son de personas cuyos caracteres son tan poco notables y están tan subdesarrollados que no despiertan ningún interés. Se hallan en la sombra.
En un sistema de disciplina, el niño está más individualizado que la persona adulta, el paciente más que la persona sana, el loco y el delincuente más que la persona normal y la no delincuente. En cada caso, en nuestra civilización todos los mecanismos de individuación se vuelven hacia el primer elemento de esa serie de pares, y cuando uno desea individualizar al adulto sano, normal y respetuoso de la ley, siempre lo hace preguntando cuánto queda en el del niño, qué locura secreta yace en su interioridad, qué crimen fundamental ha soñado con cometer.
Citando a Neruda sin mensaje de despedida «El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.» Notable disciplina. Jueguen!!!
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