El capitalismo genera malestar emocional. Lo vemos claro en la epidemia de malestar mental en jóvenes y la farmacologización de la vida cotidiana. Quizá lo sentimos cuando cada noche tomamos una pastilla para dormir porque el estrés del día a día nos sobrepasa y nos mantiene en un estado constante de alerta y ansiedad.
Este malestar emocional, esta alienación colectiva que afecta sobre todo al proletariado, esconde una dimensión que va más allá. Como un eterno retorno, esta externalidad causada por el capital y su dictadura de la mercancía y el trabajo es comercializada. Es decir, el capitalismo saca rédito económico del malestar psicológico que genera. El ejemplo más claro es el gran negocio de la industria farmacéutica, en concreto los fármacos para trastornos mentales. Estos son recetados masivamente a una población exhausta que, lógicamente, desarrolla síntomas de depresión y estrés duraderos o crónicos.
Pero hay otros ámbitos mercantiles donde se explota este malestar, como la industria cultural. Según Adorno y Horkheimer, esta industria estandariza y comercializa productos culturales, como el cine, la música y la literatura, para convertirlos en mercancías destinadas al consumo masivo. Esta estandarización homogeneiza los gustos y comportamientos de las personas y refuerza las estructuras de poder al limitar la capacidad crítica del público. Los productos culturales se transforman en herramientas de dominación que promueven conformidad y pasividad, en lugar de fomentar autonomía y reflexión crítica.
Nos vienen a la mente, seguro, rápidamente productos audiovisuales que consumimos para despejarnos y evadirnos de nuestra realidad de clase social. Hoy, la industria cultural, inserta en cada píxel que llega a nuestras retinas, lo ha colonizado todo. Desde programas de prime time hasta redes sociales, todo es un vehículo para generar en nuestra psique un imaginario parasitado por el realismo capitalista, donde las alternativas a futuros diferentes o la acción organizada se diluyen por indeseables o irrealizables.
La cultura refleja estos imaginarios. Hay decenas de series vistas por millones de millennials y generación Z, que lanzan historias marcadas por la hedonia depresiva que describía Mark Fisher. Según este crítico británico, la hedonia depresiva es un estado del capitalismo tardío donde las personas buscan un placer constante y superficial sin lograr satisfacción auténtica, desembocando en vacío y depresión. Este síntoma traspasa incluso la agencia política de las nuevas generaciones.
En la serie de Netflix The End of the F*ing World**, dos adolescentes inadaptados huyen del instituto en una satírica road movie mientras intentan darle sentido a su enajenación y, mientras tanto, se enamoran. La huida al fin del mundo es su solución a una asfixia que ya en la adolescencia sentimos. La serie conecta con pensamientos repetitivos como: ¿y si cogiera las maletas y me fuera dejándolo todo atrás?
La británica Skins (2007) nos traslada al corazón de la adolescencia millennial, marcada por precariedad y hedonismo. Un grupo de jóvenes de Bristol lidia con traumas y problemas típicos de su edad mientras intenta encontrarse en una espiral de alienación, adicciones y malestar psicológico.
Otra serie, Shameless (2011), narra la vida de seis hermanos en un gueto de Chicago. A través de la sátira y el humor, muestra sus intentos por sobrevivir y encontrar un rumbo en la vida, reflejando la precariedad tan grande que asola a los trabajadores, desde la generación Z hasta los millennials.
Hay muchos ejemplos de estas series traspasadas por alienación y hedonia depresiva. Sin embargo, todas comparten un patrón: aunque algunas denuncian la desigualdad o la precariedad, terminan ofreciendo soluciones individualistas. Los protagonistas superan sus problemas, si lo hacen, de manera individual. Esto muestra cómo el realismo capitalista está inserto incluso en historias sobre sus propias causas, como el malestar psicológico. Sacando, por tanto, rédito económico de ello. Es decir, el realismo capitalista explota su propia derivación emocional a través de la industria cultural.
sociologiainquieta.com