
Los liderazgos tóxicos son aquellos que aplastan el surgimiento de otros, ahogando la renovación que precisa toda organización para evolucionar. Parecen males necesarios en esta época en que los partidos políticos dejaron de ser el espacio donde se instrumenta la representación social.
Si no hay un sistema –los partidos políticos– que organice las sucesiones, vendrá un líder absoluto a darle curso a la imprescindible toma de decisiones. Una solución arcaica, simple, casi unicelular, donde hay un monarca, un amo feudal o un dueño. Así se están cristalizando nuestros dos campos políticos mayoritarios, uno en manos de Cristina Kirchner, y el otro, de Mauricio Macri. Macri se vuelca a la derecha como en sus comienzos, y Fernández está tironeado por el veto de Cristina Sus permanencias a pesar de la falta de éxito de sus presidencias son un síntoma de la debilidad institucional de los partidos políticos. Se agrega como causa de la repetición de las mismas candidaturas el aumento de la longevidad ya mencionado en esta columna anteriormente, sumado a lo costoso que resulta hacer conocido nacionalmente a alguien.
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