«No quería morir, quería que me dejaran en paz», pudo decir Pali al recuperarse. Tenía 13 años, pocos amigos, unos padres que la controlaban «excesivamente en todo» y «sensaciones de tristeza» que no sabía cómo expresar cuando intentó quitarse la vida. La llevaron a un centro de salud y de allí la derivaron a un tratamiento psicológico que la está ayudando a sobreponerse. Fer, en cambio, no encontró ayuda. Este adolescente argentino de 16 años no pudo hacer frente a la ruptura con su novia, quien era su principal referente afectivo después de haber atravesado una infancia marcada por la violencia de su padre. Esos casos forman parte del informe El suicidio en la adolescencia. Situación en Argentina, presentado el jueves por Unicef, en el que advierte de que la tasa se ha triplicado desde los años noventa y reclama políticas públicas de prevención.
«Desde principios de la década de 1990 hasta la actualidad la mortalidad por suicidio en adolescentes se triplicó considerando el conjunto del país», revela el estudio. Entre 2015 y 2017, último año con cifras oficiales, 12,7 de cada 100.000 adolescentes entre los 15 y los 19 años se auto provocó la muerte en Argentina.
Se trata de la segunda causa de defunción en este grupo de edad, después de los accidentes de tránsito: en 2017, fallecieron 450. Sin embargo, el fenómeno está casi ausente en los medios de comunicación. Entre 2016 y 2018, las principales cadenas televisivas argentinas solo informaron de dos suicidios adolescentes, según datos de la Defensoría del Público citados por Romina Paolino, de la Dirección de análisis, investigación y monitoreo del organismo. Al mismo tiempo, faltan recursos para la asistencia de jóvenes vulnerables, capacitación de profesionales y redes institucionales que puedan dar respuestas integradas a situaciones críticas atravesadas por los menores, asegura Unicef.
Se trata de un estudio inicial, con resultados no extrapolables pero que sí aportan algunas pistas. Un bajo nivel educativo, el único indicador de nivel socioeconómico disponible en los datos oficiales, triplica el riesgo entre los varones y casi lo duplica entre las mujeres. Para Zingman, es un motivo más para incentivar «la retención de chicos y chicas en un sistema educativo que sea provechoso y creativo». También hay diferencias por género: los varones tienen tres veces más posibilidades de morir por suicidio que las mujeres. Como hipótesis para este desequilibrio, especialistas en la temática señalan que los hombres suelen tener más dificultades en admitir que tienen un problema y pedir ayuda.
Entre los factores desencadenantes, Unicef destaca la pérdida de una persona de referencia para el adolescente, ya sea la muerte de un familiar o una ruptura amorosa, por ejemplo; el desfase entre expectativas y logros de tipo educativo, laboral o familiar; y el blanqueamiento y sanción social de situaciones de violencia. Sin embargo, a menudo para entender las causas hace falta ir más atrás y analizar factores a largo y medio plazo que marcaron al adolescente, como abusos sexuales, falta de contención familiar, patologías mentales mal atendidas, consumo problemático de drogas y acoso escolar, entre otras variables. La presencia de adultos o instituciones que desempeñen un papel protector es clave para que el suicidio no llegue a concretarse.
Según Zingman, entre un 10% y 30% de los casos de suicidios consumados de todas las edades tenían una patología mental grave mal tratada o mal acompañada. «Si solo tuviéramos una red de contención adecuada para la patología mental grave este número de suicidios disminuiría», subraya el médico.
Entre las otras recomendaciones presentes en el estudio está también la necesidad de tener datos confiables respecto a suicidios y tentativas —que en la actualidad están subregistrados—, desarrollar protocolos específicos de atención para el sistema de salud, centros educativos y fuerzas de seguridad e incentivar la formación de líderes adolescentes en la temática para fortalecer el trabajo entre pares.
Fuente: elpais.com