ace tiempo que Facebook perdió la confianza del mundo. Hace tiempo que quiere ser un país. La empresa de Mark Zuckerberg trata de conectar dos vértices que se repelen como cargas magnéticas de distinto signo. Pero lo que la física niega lo sustituye la ambición, que es igual de inmensa que un océano sin orilla.
La red social persigue convertirse en una nación rica, superpoblada, con cerca de 2.400 millones de usuarios (sumando WhatsApp, Instagram y Facebook Messenger) que habiten su tierra digital. Una geografía conectada 24 horas diarias que transforme una torrentera de billones de datos en riadas de dinero; una nueva superpotencia surgida de la tecnología no de la geopolítica del hombre.
Zuckerberg despertó hace 18 meses con ese sueño. Desde entonces, en la sede central de la compañía, en Menlo Park, California, un equipo ha trabajado en secreto en recrear la identidad económica y social de un país: su divisa. El resultado es la forja de libra. Una criptomoneda que la red social planea lanzar en 2020 respaldada por 27 empresas, entre ellas Visa, Mastercard y Uber, y que puede ser un caballo de Troya geoestratégico y financiero. Si (porque esta historia se escribe en condicional) los 2.400 millones de usuarios de la plataforma utilizaran esta ciberdivisa para comprar y enviar dinero (como se hace en PayPal o WeChat) se podría convertir en la mayor entidad financiera del planeta. Si cada ahorrador occidental destinara una décima parte de sus fondos a libra, valdría dos billones de dólares. La alborada de un coloso —y su potencial desestabilizador— en el mercado de bonos. “Esta divisa son palabras mayores y hay que manejarse en terrenos de una gran cautela”, advierte Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). “Es como si un Estado nuevo, y poderoso, emitiese una moneda que estuviera entre las diez más importantes del mundo”. Una divisa que además guarda la capacidad de rendir la soberanía monetaria de naciones débiles.
La criptomoneda de Facebook y sus socios oculta dentro un “tic-tac” que supera los límites de la economía. Porque, hasta ahora, la forma en la que se estructura el dinero y los pagos eran función exclusiva de las instituciones democráticas no de las grandes tecnológicas. Estos días, los reguladores se preguntan si las viejas herramientas de política económica servirán para controlar a estos gigantes. Usurpadas las funciones, se inflaman las luces rojas. “Todos los bancos centrales del mundo se opondrán a libra y Mark Zuckerberg, quien tiene una riqueza neta de 73.600 millones de dólares, puede arriesgarse a hacerlo. Sin embargo cuenta con amplias posibilidades de salir perdiendo”, reflexiona Guillermo de la Dehesa, presidente honorario del Centre for Economic Policy Research (CEPR) de Londres. De momento, se extiende la cautela de la que advertía Ontiveros. El Bundesbank alerta del “retorno al Salvaje Oeste dentro del sistema monetario” y el Banco de Inglaterra se aproxima “con una mente abierta pero no con una puerta abierta”. Una desconfianza que impregna a los propios dueños. “Me preocupa que libra le haga a la industria financiera lo que Facebook le hizo a la privacidad y al debate público”, alerta Jonas Kron, vicepresidente sénior de la firma de inversión Trillium Asset Management, que tiene unas 53.000 acciones de la red social.
Otra vez la tecnología en el siglo XXI como parte del problema, no de la solución; otra vez Facebook dará explicaciones en el Congreso estadounidense. El próximo 17 de julio, a petición de la demócrata Maxine Waters, presidenta del Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes, probablemente, el director ejecutivo de libra, David Marcus, contará un relato que se podría leer así:
— ¿Por qué han creado libra?, quizá pregunte Waters.
— Queremos emponderar a 1.700 millones de adultos en el mundo que no tienen acceso a servicios bancarios —, responderá la empresa.
— ¿Por qué debemos de confiar en Facebook? Le recuerdo el escándalo de Cambridge Analytica.
— Hemos reforzado los controles y la criptomoneda está respaldada por medios de pago (PayPal, Visa, Mastercard) con una experiencia de décadas en seguridad digital.
Este podría ser el arranque del interrogatorio. Pero la aceptación de la divisa será una batalla y Facebook lo sabía. Hay pistas. En enero fichaba al ex viceprimer ministro del Reino Unido, Nick Clegg, como responsable de Asuntos Globales y Comunicación y, según Financial Times, en septiembre se incorporará Edward Bowles, procedente del banco inglés Standard Chartered, para lidiar con los problemas regulatorios en Europa. Zuckerberg anticipaba la tormenta. Pero sobre todo la fragilidad que la tecnología ha provocado en muchas instituciones financieras. “Las grandes plataformas como Facebook, Google y Amazon lo que buscan es quitarle negocio a los bancos, al igual que Alibaba en China. Libra es la primera andanada”, prevé Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI.
Volatilidad
Porque la moneda de Zuckerberg, el “Mark”, como irónicamente propone llamarla Steve Forbes, editor de Forbes Media, está bien acuñada. No es un “bitcoin”. Es lo que se denomina una stablecoin. La respalda una cesta de monedas “tradicionales” y bonos. Con esta arquitectura se evita la volatilidad de las criptodivisas. Y, al ser de código abierto, cualquiera (pensemos en Amazon) puede construir aplicaciones sobre ella. Todo con un afán: controlar los dos billones de dólares que mueven las transferencias en el planeta. Facebook quiere enviar dinero al coste de un WhatsApp. “Probablemente empezará cobrando pequeñas tarifas por las transacciones a las empresas”, aventura Joaquín Robles, analista del bróker XTB. De momento, los consumidores podrían ahorrar 25.000 millones de dólares en comisiones. A cambio, eso sí, de entregar más datos y confiar en una compañía que demasiadas veces ha sido indigna de ello. Ni Fausto accedería a arder así en el infierno. “Libra necesita convencer de que no irrumpirá en los bancos centrales del mundo, de que no está refinando aún más su captura masiva de datos, de que no es un nuevo canal para el lavado de dinero”, desgrana Kevin Werbach, profesor de la escuela de negocios Wharton y referencia en tecnología digital. Desde luego, si la plataforma persigue recuperar la confianza (esencia de los servicios bancarios, el comercio y las relaciones humanas) de la sociedad lanzando libra tendrá que justificar sus contrasentidos. “Las promesas de Facebook de dar la bienvenida a la responsabilidad y la regulación suenan huecas. Solo hay que pensar en la decisión de fijar la sede [Libra Association] de la criptomoneda en Suiza: la peor jurisdicción secreta del mundo. En términos de transparencia es igual que abrir un café vegano dentro de un matadero”, compara Alex Cobham, director ejecutivo de Tax Justice Network, un grupo activista experto en fiscalidad.
La desconfianza es la auténtica moneda que maneja Facebook. Dentro de sus 27 socios no hay ningún banco. ¿Por qué? La plataforma se aproximó, cuenta The New York Times, a grandes firmas de inversión incluido Goldman Sachs, JP Morgan Chase y Fidelity pero rechazaron participar, en parte por los problemas regulatorios y quizá porque la aventura anda concurrida. “JP Morgan está preparando su propia moneda y 13 de los mayores bancos del mundo lanzarán sus stablecoins el próximo año. ¿Confiaremos más en Facebook que en los bancos?”, se pregunta Giles Alston, analista de la consultora británica Oxford Analytica.
El viaje de Zuckerberg atravesará densos bancales de niebla. Elusión fiscal, lavado de dinero, privacidad, preocupaciones regulatorias o la posibilidad de que —matiza Standard & Poor’s— libra sea percibida como un pseudo depósito bancario. Incluso el tiempo le vuelve la espalda. El consorcio global Swift, líder mundial de servicios seguros de mensajería financiera, recuerda Meng Liu, experto de Forrester Research, “tardó más de 40 años en construir una red de 11.000 bancos que aplicara su solución”.
Pero Facebook carece de la virtud de la paciencia. Su antiguo lema “Move fast and break things” revela su relación con la sociedad y las horas. Escarmentada, muy pocos defenderán “al actor más terriblemente irresponsable del panorama tecnológico”, califica Enrique Dans, profesor del IE. Entonces, qué quedará tras tanto estrépito de porcelana rota. Los reguladores probablemente frenarán la entrada de libra en los créditos hipotecarios, los préstamos, la compraventa de acciones. “Sin embargo, la amenaza al negocio de las transferencias ya está ahí”, puntualiza Ontiveros. Un peligro que ensaya sus fronteras. “La divisa funciona bien como medio de pago pero no es un riesgo para el dólar. Porque detrás está el peso del contribuyente estadounidense y el mayor poder militar del mundo”, defiende Miguel Otero Iglesias, investigador principal del Real Instituto Elcano. Una batalla que ni Zuckerberg se atrevería a dar. / El País