Los intentos de textos quedan quien sabe en qué rincón de la memoria. Desechados. Olvidados. En algún lugar de los tiempos. En los mares de las intenciones truncas. Tinta y papel que se desecha porque no conforma esa primera intención.
Porque la exigencia se pretende mayor y aunque legible no conforma esa visión. Es así que suceden muchas veces los intentos. Las ideas, los proyectos. Muchos caen en ese círculo vicioso que no tiene salida. Una vez que se corre hacia un costado esa idea no vuelve a tener la condición de interprete. Por eso la lectura como refuerzo de esas frases escritas que nacieron y murieron como de repente. Por eso el amparo de quienes leen. Por eso la calma cuando la inquietud se detiene. Esos trazos como «garabatos» traen quizá implícita la necesidad por comunicar quizá un pensamiento que puede ser pequeño, que puede ser a lo mejor un descubrimiento. Tal vez una frase vacía y no más que eso. El borrador desechado también es vida y una suerte la ley en la literatura impresa. Es a veces un paso previo. Doloroso, molesto pero que sana al considerarse como válida la redacción en el amanecer escrito. Aparece entonces una especie de iluminismo que pone de frente al lector el resultado. Más tarde o más temprano llegará un veredicto que dirá si lo expresado vale. Si tiene la dignidad al menos de ser conciso y coherente. –