Vida contemplativa. Reseña

«La contemplación —escribe José Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía— es entendida muchas veces como un contacto directo con lo verdaderamente real. El verdadero saber del filósofo consiste en haber visto o contemplado […] En este caso la contemplación corre parejas con la inefabilidad. La contemplación sería una de las formas, sino la forma más alta, de la vida activa». Estas consideraciones generales sobre la contemplación, considerado este concepto desde la filosofía, coinciden en bastantes aspectos con las que plantea el filósofo germano-coreano Byung-Chul Han en Vida contemplativa. Elogio de la inactividad, su último libro publicado en España por Taurus.

Como sabe cualquier lector medianamente atento a la actualidad editorial, Byung-Chul Han es un filósofo que ha conseguido gran repercusión mediática —no quiere esto decir que él busque la popularidad— gracias a la publicación de una serie de ensayos, en general breves y no excesivamente sistemáticos, donde aborda temas antropológicos gran de actualidad, como la tecnología, la cultura del rendimiento y la sociedad del control. En esa serie de libros, en especial La sociedad del cansancio (2012), La sociedad de la transparencia (2013) y La agonía del Eros (2014), Byung-Chul Han ha criticado, tanto la absolutización de la vida activa y autoexplotación de la sociedad capitalista moderna, como el exceso de exposición pública y despersonalización de todas las áreas de la vida privada.

Vita contemplativa oder von der untätigkeit (Ullstein Buchverlage, Berlín, 2022) se inserta perfectamente en el amplio corpus de trabajo del pensador nacido en Seúl, que se ha enfocado siempre en la crítica a la sociedad contemporánea y sus valores. El ensayo ha tenido bastante repercusión en los medios (incluyendo la educación y la psicología) y ha sido elogiado —también ha sufrido críticas, naturalmente— por su la importancia que otorga a la inactividad y otros conceptos relacionados (espera, sueño, fiesta, silencio).

Byung-Chul Han sostiene que la cultura del rendimiento (expresión acuñada por él) ha llevado a la desaparición de la distinción entre trabajo y ocio, lo que ha resultado en una pérdida de la capacidad de disfrutar de la inactividad. En su lugar, se ha fomentado la necesidad de estar siempre ocupados y produciendo, lo que lleva ineludiblemente a la ansiedad y el agotamiento («La vida es gobernada por lo provisional, por lo a corto plazo y por lo inconstante»). Han argumenta que la contemplación es esencial para nuestra salud mental y emocional, única forma de recuperar nuestra capacidad de reflexionar y comprender el mundo que nos rodea, así como para establecer vínculos duraderos con la comunidad a la que pertenecemos.

Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que «ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica». Dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes. La existencia humana en conjunto está siendo absorbida por la actividad. Como consecuencia de ello, es posible explotarla. Vamos perdiendo el sentido para la inactividad, la cual no implica una incapacidad para la actividad, o su rechazo, o su mera ausencia, sino que constituye una capacidad autónoma. La inactividad tiene su lógica propia, su propio lenguaje, su propia temporalidad, su propia arquitectura, su propio esplendor, incluso su propia magia. No es una forma de debilidad, ni una falta, sino una forma de intensidad que, sin embargo, no es percibida ni reconocida en nuestra sociedad de la actividad y el rendimiento. No estamos accediendo ni a los dominios de la inactividad ni a sus riquezas. La inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana. Hoy se ha ido difuminando hasta volverse una forma vacía de actividad.

En las relaciones de producción capitalistas, la inactividad regresa como un afuera cerrado. La llamamos «tiempo libre». Dado que este es útil para el descanso del trabajo, permanece presa de su lógica. En cuanto derivado del trabajo, es un elemento funcional en el seno de la producción. Con ello se hace desaparecer el tiempo realmente libre, que no pertenece al orden del trabajo y la producción. Ya no conocemos aquel reposo sagrado y festivo que «reúne intensidad vital y contemplación y que incluso es capaz de reunirlas cuando la intensidad vital llega al desenfreno». El «tiempo libre» carece tanto de la intensidad vital como de la contemplación. Es un tiempo que matamos para impedir que surja el tedio. No es un tiempo realmente libre, vivo, sino un tiempo muerto. Una vida intensa hoy implica, sobre todo, más rendimiento o más consumo. Hemos olvidado que la inactividad, que no produce nada, constituye una forma intensa y esplendorosa de la vida. A la obligación de trabajar y rendir se le debe contraponer una política de la inactividad que sea capaz de producir un tiempo verdaderamente libre.

Byung-Chul Han afirma que la inacción no es negación, sino una facultad creativa que hemos perdido, pero que en realidad refleja el verdadero sentido de la vida. La capacidad de contemplación debe reactivarse para alegrar nuestra vida cotidiana, salvar la tierra y superar las crisis globales. Aboga por añadir un elemento contemplativo a la acción humana como única forma en que podemos detener la destrucción de la naturaleza. Argumenta haciendo uso de una apabullante selección de citas de gran número de pensadores: visita a los clásicos, Platón, Sócrates, Cicerón, Plutarco, Catón, Tomás de Aquino; repasa a Karl Marx y al pensador nihilista Friedrich Nietzsche; coteja las filosofías del siglo XX de Martin Heidegger, Hannah Arendt, Walter Benjamin, Theodor Adorno, Gilles Deleuze, Giorgio Agamben. También la literatura (Kleist, Kafka, Hölderlin, Novalis, Proust, Musil), asegura, puede mostrar las ventajas y los aspectos creativos de los sueños («El dormir y el sueño son sedes privilegiadas de la verdad»).

Destacables son el primer capítulo, Consideraciones sobre la inactividad, un resumen y programa general de las tesis que irá desgranando en el libro, y el tercer capítulo, De la acción al ser, donde Han entra en diálogo profundo con Hannah Arendt y su obra The Human Condition (1958), cuya versión alemana se titula precisamente Vita activa oder Vom tätigen Leben. Por otra parte me ha sorprendido la nula presencia (excepción hecha de una pequeña fábula de Chuang Tse) del pensamiento oriental sobre el tema que nos ocupa, tan ampliamente pensado y vivido en Asia.

A lo largo de todos sus trabajos Byung-Chul Han ha venido argumentando que el triunfo del mundo tecnológico y del capitalismo desaforado han provocado un profundo cambio antropológico en el ser humano que ha alterado sus raíces más profundas. No se trata sólo de los cambios normales y naturales en el modo de vida que acontecen a lo largo de la historia; se trata de una fractura intensa en muchos aspectos esenciales que nos definen como humanos: entre ellos, y no el de menor importancia, la capacidad de contemplación, atención y reflexión. En definitiva, Vita contemplativa no es una guía filosófica sobre cómo disfrutar de un dolce far niente sin remordimientos, sino un alegato a favor de una ociosidad creadora que permita desafiar al avasallador mundo del comercio y la productividad continua. Por último, reproduzco una provocativa reflexión de Han: «Las prácticas rituales en las que la inactividad tiene un papel esencial nos elevan por encima de la pura vida. El ayuno y el ascetismo (…) constituyen formas de lujo (pág. 18)».

 

Fuente: libros de cíbola

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